Viernes, 6 de mayo de 2011 | en La miranda del DIARIO de IBIZA
Johnson, narración y alegoría
Fotografía por N. d. R.
NURIA DEL RÍO PINTO
Anthony
Johnson (Londres, 1940) estudió en dos de las más prestigiosas escuelas
de arte y
artesanía inglesas, Camberwell College of Arts and Crafts (1953-58) y
Chelsea
School of Art (1958-61), logrando una completa formación como pintor
y
escultor. Junto a su gran talento natural su formación ha sido decisiva también
para
conseguir
un estilo absolutamente personal y único. Como nota significativa de sus
aptitudes
innatas hay que tener en cuenta su ingreso en Camberwell College sin haber
cumplido
la edad requerida. Estas escuelas son fundamentales para comprender el arte
contemporáneo de Gran Bretaña de hoy en día y formadoras de las principales
figuras artísticas de este país. Pero el camino de Johnson no estaba en su
lugar de nacimiento. Con poco más
de 20
años tiene su primer contacto con las Pitiüses: el lugar elegido fue
Formentera.
Después
su inquietud le llevó a recorrer otros espacios españoles: Pirineos, Madrid…
e incluso
cruzar el océano para llegar a EE UU, donde permaneció diez años.
En la
década de los 80 regresó a las Pitiüses, esta vez a Eivissa, donde tuvieron
lugar
exposiciones en diferentes espacios culturales, tales como Sa Nostra, La Caixa
y El
Mensajero, entre otras. Pero volvió este artista errante a alejarse, para
volver
en el
2008. En el 2009 tuvimos la oportunidad de ver su obra en una exposición
en Ca
N’Anneta, Sant Carles, donde aún podemos disfrutar de una selección de ellas.
Preciosismo formal
De una
sólida formación, su técnica es implacable, de un preciosismo formal inusitado,
que se
refleja en unos cuadros increíblemente ejecutados. Pero no se queda aquí, esta
técnica la conjuga con una temática muy jugosa para la reflexión. Artista existencial,
encuentra en la disciplina el método para pintar: «Sin disciplina no se puede
ser un pintor. La disciplina enseña», citando sus propias palabras; y por otro lado,
en el arte encuentra la capacidad
de
interpretar moralmente al ser humano.
Luz,
forma y color son los tres principales ejes de su expresión. El dominio de estos
tres instrumentos provoca un derroche de técnica, pero va más allá, hay algo sobrenatural
en sus obras. Johnson funde los logros de la pintura occidental, como un
alquimista, conecta los elementos pictóricos para encontrar esa interpretación moral
de la realidad del ser humano. Siempre reflexivo, sus complejas imágenes,
llenas de simbología, muestran una narración
intensa. Citando
a Julio Herranz: «Es por un lado su rigurosa perfección formal, tan
poco
usual en los últimos tiempos; la contundencia de sus torsos, el movimiento de
las
figuras, el clasicismo del dibujo… a esto hay que añadirle la alucinada
interpretación
de lo que
él ha visto y sentido». La temática, la composición, la gravedad, el
claroscuro…
hipnotizan
al espectador para ir poco a poco desvelando una verdad contundente.
La magia
de la pintura nos permite penetrar en la verdad más profunda, cualquiera que
moralmente sea esta. «Traer lo invisible a lo visible», utilizando sus propias
palabras.
La
alegoría en la narración le abre la posibilidad de sobrepasar los
convencionalismos
pictóricos
y romper las reglas de la figuración. En el fondo no se debe a ninguna
fórmula.
Su estudiada visión del alma humana, sus grandezas y sus miserias, el
papel
redentor de la creación, la feminidad, la religión, la política, la corrupción
del
dinero. Insertos dentro de estos temas aparecen vestigios de pintura abstracta,
expresionista,
impresionista…
A través de sus cuadros enfrenta al espectador a la reflexión
sobre la
verdadera alma humana: nuestras debilidades, nuestros defectos, nuestras
virtudes subyacen en los temas.
Nos lo
presenta de manera cautivadora, que nos transforma en protagonista de sus
cuadros,
las alegorías y los símbolos dejados en ellos crean una complicidad con
quien
descubre los vínculos. A veces estos vínculos son tan fuertes que físicamente
te
sientes
parte de la obra. Puedes comprender que eres uno más de la multitud de rostros
que
observan dentro del cuadro. Puedes recordar aquella vez que te juzgaron.
Cuando te
sentiste abandonado…
Conecta
directamente con el espíritu de quien le observa. También son quebrados
aquí los
límites, la realidad contagia al cuadro y viceversa. Este lenguaje personal y
propio,
participa de la comprensión de los retratos de Velázquez, los autorretratos de
Palmer,
de los paisajes de W. Turner y Friedrich, de las pinturas negras de Goya, de
la
atmósfera de Veermer, pero rastrear estos pintores en su obra significa
establecer
una
conexión con los logros de la pintura occidental que aparecen sin ninguna regla
coercitiva
que los disponga o limiten. En sus obras hay mucho más que simples homenajes
o
alusiones.
Sobre
todo como buen artista inglés, no pertenece a ninguna escuela. La libertad de
ser él
mismo. La libertad de pintar. Sus retratos conmueven porque conecta con la
cualidad,
la bondad o la maldad interior del representado, en esto consiste ser un
gran
retratista; se puede sentir el tiempo en sus paisajes, tierra, cielo y
climatología se
unen para
transformar la luz e incluso el olor de la tierra, la luz de la luna pocas
veces
ha sido
más luz de luna…
Definitivamente,
la obra de Johnson no es fácil. Exige un espectador atento y despierto.
Pero
merece la pena enfrentarse al reto. La recompensa es inmensa, sobrecogedora,
digna de
la historia del arte.
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