lunes, 10 de junio de 2013

Anthony Johnson, narración y alegoría




Viernes, 6 de mayo de 2011 |                                                              en               La miranda                              del                              DIARIO de IBIZA

Johnson, narración y alegoría

 



Fotografía por N. d. R.



NURIA DEL RÍO PINTO

Anthony Johnson (Londres, 1940) estudió en dos de las más prestigiosas escuelas
de arte y artesanía inglesas, Camberwell College of Arts and Crafts (1953-58) y
Chelsea School of Art (1958-61), logrando una completa formación como pintor
y escultor. Junto a su gran talento natural su formación ha sido decisiva también para
conseguir un estilo absolutamente personal y único. Como nota significativa de sus
aptitudes innatas hay que tener en cuenta su ingreso en Camberwell College sin haber
cumplido la edad requerida. Estas escuelas son fundamentales para comprender el arte contemporáneo de Gran Bretaña de hoy en día y formadoras de las principales figuras artísticas de este país. Pero el camino de Johnson no estaba en su lugar de nacimiento. Con poco más
de 20 años tiene su primer contacto con las Pitiüses: el lugar elegido fue Formentera.
Después su inquietud le llevó a recorrer otros espacios españoles: Pirineos, Madrid…
e incluso cruzar el océano para llegar a EE UU, donde permaneció diez años.
En la década de los 80 regresó a las Pitiüses, esta vez a Eivissa, donde tuvieron
lugar exposiciones en diferentes espacios culturales, tales como Sa Nostra, La Caixa
y El Mensajero, entre otras. Pero volvió este artista errante a alejarse, para volver
en el 2008. En el 2009 tuvimos la oportunidad de ver su obra en una exposición
en Ca N’Anneta, Sant Carles, donde aún podemos disfrutar de una selección de ellas.

Preciosismo formal

De una sólida formación, su técnica es implacable, de un preciosismo formal inusitado,
que se refleja en unos cuadros increíblemente ejecutados. Pero no se queda aquí, esta técnica la conjuga con una temática muy jugosa para la reflexión. Artista existencial, encuentra en la disciplina el método para pintar: «Sin disciplina no se puede ser un pintor. La disciplina enseña»,  citando sus propias palabras; y por otro lado, en el arte encuentra la capacidad
de interpretar moralmente al ser humano.
Luz, forma y color son los tres principales ejes de su expresión. El dominio de estos tres instrumentos provoca un derroche de técnica, pero va más allá, hay algo sobrenatural en sus obras. Johnson funde los logros de la pintura occidental, como un alquimista, conecta los elementos pictóricos para encontrar esa interpretación moral de la realidad del ser humano. Siempre reflexivo, sus complejas imágenes, llenas de simbología, muestran una narración
intensa. Citando a Julio Herranz: «Es por un lado su rigurosa perfección formal, tan
poco usual en los últimos tiempos; la contundencia de sus torsos, el movimiento de
las figuras, el clasicismo del dibujo… a esto hay que añadirle la alucinada interpretación
de lo que él ha visto y sentido». La temática, la composición, la gravedad, el claroscuro…
hipnotizan al espectador para ir poco a poco desvelando una verdad contundente.
La magia de la pintura nos permite penetrar en la verdad más profunda, cualquiera que moralmente sea esta. «Traer lo invisible a lo visible», utilizando sus propias palabras.
La alegoría en la narración le abre la posibilidad de sobrepasar los convencionalismos
pictóricos y romper las reglas de la figuración. En el fondo no se debe a ninguna
fórmula. Su estudiada visión del alma humana, sus grandezas y sus miserias, el
papel redentor de la creación, la feminidad, la religión, la política, la corrupción
del dinero. Insertos dentro de estos temas aparecen vestigios de pintura abstracta, expresionista,
impresionista… A través de sus cuadros enfrenta al espectador a la reflexión
sobre la verdadera alma humana: nuestras debilidades, nuestros defectos, nuestras virtudes subyacen en los temas.
Nos lo presenta de manera cautivadora, que nos transforma en protagonista de sus
cuadros, las alegorías y los símbolos dejados en ellos crean una complicidad con
quien descubre los vínculos. A veces estos vínculos son tan fuertes que físicamente te
sientes parte de la obra. Puedes comprender que eres uno más de la multitud de rostros
que observan dentro del cuadro. Puedes recordar aquella vez que te juzgaron.
Cuando te sentiste abandonado…
Conecta directamente con el espíritu de quien le observa. También son quebrados
aquí los límites, la realidad contagia al cuadro y viceversa. Este lenguaje personal y
propio, participa de la comprensión de los retratos de Velázquez, los autorretratos de
Palmer, de los paisajes de W. Turner y Friedrich, de las pinturas negras de Goya, de
la atmósfera de Veermer, pero rastrear estos pintores en su obra significa establecer
una conexión con los logros de la pintura occidental que aparecen sin ninguna regla
coercitiva que los disponga o limiten. En sus obras hay mucho más que simples homenajes
o alusiones.
Sobre todo como buen artista inglés, no pertenece a ninguna escuela. La libertad de
ser él mismo. La libertad de pintar. Sus retratos conmueven porque conecta con la
cualidad, la bondad o la maldad interior del representado, en esto consiste ser un
gran retratista; se puede sentir el tiempo en sus paisajes, tierra, cielo y climatología se
unen para transformar la luz e incluso el olor de la tierra, la luz de la luna pocas veces
ha sido más luz de luna…
Definitivamente, la obra de Johnson no es fácil. Exige un espectador atento y despierto.
Pero merece la pena enfrentarse al reto. La recompensa es inmensa, sobrecogedora,
digna de la historia del arte.


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